En las célebres
palabras de Curland David (1998) con su prestigiosa obra literaria “la
catrina”, se refleja ese imaginario colectivo mexicano, las celebraciones
anuales destinadas a los muertos representan un momento privilegiado de
encuentro no sólo de los hombres con sus antepasados, sino también de los
integrantes de la propia comunidad entre ellos.
A su vez, el
trabajo de ORTEGA, Néstor Damián, (2010-12) sobre la creación de José Guadalupe
Posada, y el gran aporte de Diego Rivera para transformar a la catrina como
signo de la cultura mexicana, demostró que esta diversidad de prácticas y
creencias pone de manifiesto un amplio horizonte de concepciones que se ha
enriquecido a lo largo de los siglos, tanto con las aportaciones de más de 60
grupos indígenas que tienen y han tenido presencia ininterrumpida en casi todas
las regiones de la nación, como con aquellas aportaciones provenientes de las
culturas africanas, asiáticas y europeas y que han dejado su impronta en
México.
En medio de la angustia de la muerte, ve su consuelo en la idea de la
sobrevivencia: el trascender, lo que estimuló al humano a crear imaginarios y
tradiciones que explicaran su propia razón de ser, su procedencia y su destino,
la prolongación eterna de la existencia. Elías menciona que, “sólo una creencia
muy fuerte en la propia inmortalidad, permite eludir tanto la angustia de
culpabilidad vinculada con el deseo de muerte como la angustia por el castigo
de las propias faltas”[1], lo que evidencia que cada cultura ha
desarrollado diversas concepciones de lo que se supone que existe después de la
muerte, a lo que se le ha denominado “escatología, que se puede traducir como
la ciencia de lo que trasciende a la existencia terrenal.”[2] La materia prima con que trabaja esta disciplina procede
principalmente de las religiones, pero también de las leyendas y las
mitologías.
Es por mencionadas razones que el
concurrente trabajo pasa de ser una repetición de escritos y ponencias
anteriores, a una compilación de ideas para consolidar un fundamento en el que
la muerte representada por la catrina y sus diferentes referentes que la
“re-contextualizan”, no solo la convierten en un evento simbolizado, sino que
esta deja de ser fin, límite intraspasable, para ser frontera y umbral,
formando parte de los sistemas de códigos restrictos y elaborados necesarios
para la cohesión de los grupos y la representación de las cosas del universo,
así como del sino de su existencia. Estos códigos son los rituales y la lengua.
La cohesión de una sociedad está mediada por la interacción de una red de
conexiones o experiencias en conjunto, si la presente investigación da a
conocer todo lo citado líneas atrás, a partir de la libre comunicación y
aceptación de las normas y reglas existentes dentro de una comunidad por los
miembros que la conforman, es posible constituir nuevos códigos que expresan el
sentido del vivir y de la concepción de la muerte y de la apropiación y
admiración a la catrina para no temerla porque según se demuestra en
el libro de los enunciados, “La muerte no es misterio temible. Tú y yo la
conocemos bien. No tiene secretos que pueda conservar para turbar el sueño del
hombre bueno. No apartes tu cara de la muerte. No temas que te prive de la
respiración. No le temas, no es tu amo, que se abalance sobre ti, más y más
veloz. No es tu amo, sino el servidor de tu Hacedor, de lo que o quien creó la
muerte y te creó y es el único misterio.”[3]
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